viernes, 21 de septiembre de 2007

El Vino en la Mitología






Si repasamos la genealogía olímpica puede observarse que el gigante aparece como descendiente de dioses de primera generación, concretamente Cronos y Rea. Sin embargo Enopión (el Bebedor de Vino) —que había introducido en Quíos el consumo del vino tinto, cuya técnica de elaboración trajo o de Creta o de Lemnos o de Naxos—, siendo hijo de Ariadna y Dioniso, es obviamente descendiente de dioses de generaciones posteriores, pues ya Dioniso es hijo de Sémele, esta de Cadmo y Harmonía y estos a su vez nietos de Posidón. En el ínterin se ha construido el mundo, los dioses habitan el Olimpo, se ha producido el diluvio mítico y Deucalión y Pirra han generado la nueva raza de hombres: El secreto del «fuego» divino, por cierto, que Prometeo revela al mundo, ¿acaso no eran tecnologías que más tarde Dioniso enseñara a los vinicultores?

En los mitos que siguen podemos ver la atrocidad con que se relatan estas enseñanzas. Damasco es el héroe que dio nombre a la ciudad homónima de Siria. Según parece, cortó a hachazos una vid plantada por el propio Dioniso. Por tal causa, en el mismo emplazamiento, éste lo desolló vivo.

Lavinia, hija del sacerdote Anio, había seguido a Eneas como profetisa en su viaje a Occidente y había muerto en el lugar donde el héroe fundó la ciudad de Lavinia. Es un juego de palabras: Se relaciona con vinum y se entronca con el nombre Óeno, raíz griega con el mismo sentido. En realidad fueron otras las tres hijas de Anio, también llamadas las Enotrofoi, «las viñadoras».

Anio es un hijo de Apolo que reinaba en Delos en tiempos de la guerra de Troya. Su madre se llamó Reo (la Granada) y su padre Estáfilo (el Racimo), por lo que descendía de Dioniso. Apolo preña a la madre y Estáfilo, convencido de sus amores con un amante vulgar, la metió en un cofre que arrojó al mar. La deriva la conduce a Eubea, donde nace Anio. Apolo lo convierte en rey de Delos y lo hace profeta. Con Doripe tuvo tres hijas, llamadas las Viñadoras: Elais, Espermo y Eno ( aceite, trigo y vino). El abuelo Dioniso les confiere el don de hacer brotar del suelo aquellos productos. Anio, profetizando que la guerra de Troya duraría diez años, ofrece avituallar los ejércitos de Agamenón. Son Ulises y Menelao los encargados de transportar las provisiones.

Así la mitología relaciona por tres veces a Ulises (Odiseo) con el vino: Como transportador de la vitualla, en la estrategia contra Polifemo y finalmente en la muerte de Antinoo, a quien mata de un flechazo en la escena del reconocimiento ante Penélope, cuando este se dispone a llevarse un vaso de vino a la boca (el antólogo Pierre Grimal hace derivar de este pasaje la expresión «hay mucha distancia desde la copa a los labios»).

Las venganzas de Dioniso son ejemplares. Con Licurgo se ceba. Varias versiones cuentan leyendas espeluznantes. Según Homero, siendo éste rey de Tracia, expulsa al Dioniso niño y sus nodrizas. Recogido el joven dios del mar por Tetis, hace que Zeus castigue a Licurgo con la ceguera. Esquilo, en una tragedia perdida, cuenta a Dioniso ya adulto y perpetrando personalmente la venganza. Sucedió así: Licurgo captura a las bacantes y los sátiros del cortejo. No obstante, quizá con la intercesión de Tetis, las bacantes se salvan milagrosamente de sus cadenas, y Licurgo enloquece. En pleno trance, creyendo que Driante, su hijo, era un pie de vid, lo mata a hachazos. Consumado el crimen, recobra la razón. Pero su imprudencia extiende la esterilidad por todas sus tierras. El oráculo indica a los habitantes que descuartizando a Licurgo obtendrían de nuevo la fecundidad perdida. Fue en el monte Pangeo donde, atado a cuatro caballos por las manos y los pies, despedazan al rey. (¿La alegoría refiere la necesidad de podar los sarmientos?)

Pero Higinio también difiere. Presenta a Licurgo dudando de la divinidad de Dioniso, razón por la que este lo expulsa de su reino. Más tarde, en la enajenación de la embriaguez, Licurgo intenta violar a su propia madre. Cuando recobra la razón, y para impedir en el futuro la repetición de actos tan deleznables, manda arrancar todas las vides. Entonces Dioniso lo vuelve realmente loco. En tal estado mata a su esposa y a su hijo. Dioniso lo abandona en el monte Rodope donde es devorado por las panteras. Finalmente, una última versión evemerista nos presenta a Licurgo peleando con las bacantes, y particularmente con una de ellas, Ambrosia, que se transforma en vid, trepa por su cuerpo, lo rodea y lo ahoga.

Otro castigo ejemplar lo ejecuta con las Miníades, esta vez por no cumplir los ritos de su culto. Son las tres hijas del rey Minia, en Orcómeno, Leucipe, Arsipe y Alcítoe. En una fiesta de Dioniso, en vez de acudir a la bacanal en la montaña, se quedan virtuosamente hilando y bordando. Una hiedra y una vid brotan alrededor de los taburetes, y de las paredes mana el vino entre rugidos de fieras y música de flautas. Las acomete una locura mística y, como consecuencia, confunden al hijo de una, Hipaso, con un cervatillo y lo destrozan. Coronándose entonces con la hiedra, corren a unirse a las otras bacantes.

Asímismo, ejecuta a Télefo, hijo de Heracles, por la mano de Aquiles. Conviene referir la leyenda según la cuenta Eurípides en la tragedia que lleva su nombre. Los griegos se dirigen a Troya y desembarcan antes en Misia con el propósito de arruinarla e impedir que ese pueblo ayude a los troyanos. Télefo les planta cara, mata a muchos, entre ellos a Tersandro, pero cuando se le enfrenta Aquiles huye despavorido. Dioniso coloca un sarmiento de vid en el camino, le hace tropezar y en el suelo es herido en el muslo por el héroe. Ocho años de campaña y su herida no mejora. Apolo predice: «Lo que hiere sana». Así que Télefo viaja al Aúlide disfrazado de mendigo, rapta al pequeño Orestes y pone como condición para devolverlo que Aquiles le cure la herida. En efecto, este accede, y lo hace aplicando la herrumbre de su lanza. Qué curioso paralelismo con el pasaje que se cuenta en el Lazarillo de Tormes, obra cumbre de la picaresca de nuestro Siglo de Oro, y que contiene una frase similar: La jarra que le estampa el ciego al lazarillo y lastima su cara provoca la cura de las heridas merced a las virtudes alcohólicas del vino que el rapaz robaba.

La imagen de la parra trepando se repite en la mitología de Yocasto, hijo de Eolo y fundador de Regio, en Calabria. Los calcídeos, huyendo de una prolongada hambruna, decidieron detenerse cerca de su tumba, cuando encontraron a «la hembra abrazando un macho» pronosticada por un oráculo, esto es, a una parra enroscada alrededor de un roble, que alegorizaba la muerte de Yocasto por picadura de serpiente.

Con Euripilo cerramos el círculo de la vid mitológica. Recordemos a Télefo cuando prometía a Agamenón, en el momento de la curación de su herida, que tanto él como sus descendiente nunca se añadirían a las tropas troyanas en la guerra contra ellos, a pesar de lo cual, Astíoque, hermana de Príamo, madre de Eurípilo, convencida por los sitiados, mandó a su hijo a Troya, donde moriría a manos de Neptolemo. Otro soborno: Atíoque por tal acción recibiría el regalo de aquella vid de oro fabricada por Hefesto que Zeus concediera a Ganímedes a cambio de sus favores.

Ganímedes era miembro de la casa real de Troya, hijo menor de Tros y Calirroe. Siendo el más bello de los mortales, como se ha dicho, fue raptado por el águila de Zeus para ser empleado de copero divino reemplazando a Hebe, que hasta entonces era la diosa encargada del servicio. Precisamente, los padres recibirán en compensación del rapto unos caballos divinos y la preciada Cepa de Oro de Hefesto.

Aproximadamente, estos mitos comienzan a escribirse hace unos cuatro mil años y coinciden temporalmente con las escrituras de la Biblia, siendo distintas culturas. Ahora bien, criterios antropológicos hacen aparecer el vino, al menos la uva, en época recolectora del neanderthal, digamos que cien mil años antes. Las semillas de viníferas fosilizadas son recogidas en asentamientos mediterráneos. Quizá nos falte un estudio sistemático de su evolución. Pero por ahora los datos de que disponemos de las distancias temporales nos abruman.

Es difícil diferenciar el mito del proceso narrativo que fija de una cierta manera la construcción histórica; pero en general un mito es una enseñanza alegorizada, y los elementos que lo constituyen son modos de transmisión de una sabiduría ejemplar y cifrada, esotérica, parabólica, compuesta por elementos aparentemente simples, pero arquetípicos. La picadura de serpiente de Yocasto, que le ocasiona la muerte, es un modo terrible, pero inolvidable, de simbolizar el sistema trepador de las viníferas. Ambrosia, que trepa, envuelve y ahoga, sugiere el zarcillo. En cambio Telefo tropieza en la huida del acoso de Aquiles con un sarmiento y la herida que recibe sirve de base a una largo ciclo aventurero. En realidad, la cepa que se deja crecer en altura es menos propensa a enfermar en climas excesivamente húmedos, el cultivo de las rastreras se produce en ambientes mucho más secos, y así el color dorado de los frutos responde a calidades del suelo, el grado alcohólico a circunstancias de insolación, el símbolo del sol será siempre el oro, etcétera. El símbolo es un sistema de transmisión de enseñanzas. Es el instinto el que procura analogías. Las analogías son componentes semánticos de la magia. La magia cuando tropieza con la semiótica se convierte en técnica.

Hoy la vitivinicultura ha alcanzado un nivel tecnológico verdaderamente sorprendente, pero la esencia del sistema, como se ve, ha permanecido invariable a lo largo de los tiempos. Nombres como los de Ámpelo, Óeno, Enotrofoi, Enopión o Lavinia son precisamente las «raíces» de la moderna nomenclatura. En efecto, se entiende por ampelografía tanto la descripción de las variedades como el conjunto de los conocimientos relativos a la vid y su cultivo. Cada variedad tiene su característica personal y la teoría cumple el propósito de definir el árbol genealógico a través del estudio y comparación de los elementos que integran la planta, pámpanos, hojas, frutos, semillas, sarmientos, tronco, raíz o flores. Es así como se mejoran las instancias de la materia prima. El mejor conocimiento de la planta conduce al mejor cumplimiento de su cultivo: Primero seleccionando la especie más fructífera y después cuidando con esmero el proceso de su ciclo natural. Esto conduce indefectiblemente hacia una materia prima, los mostos, que adecuadamente elaborada puede alcanzar los matices espectacularmente hedonistas, si no libidinosos, puestos de relieve por la mitología: Vino de dioses.

No hay comentarios: